En primer lugar, están el mar y las famosas playas, con la variedad de tonos de las rocas y acantilados.
Aquí la vida corre al ritmo de las metrópolis turísticas, en las que los cuerpos que se broncean durante el día se agitan cuando el sol se pone, en los restaurantes, bares y discotecas que iluminan la noche.
Todo cambia algunos kilómetros hacia el interior. Almendros, higueras, pinos y naranjos tiñen de verde el paisaje. Las filigranas de las chimeneas destacan sobre el amarillo ocre de los tejados. Aldeas campestres que invitan a conocer un universo cotidiano de naturaleza y tranquilidad. Para que las vacaciones tengan una dimensión total.