El camino hacia la playa es peatonal y se extiende a lo largo de campos agrícolas donde se observan olivos y algarrobos de aspecto centenario. A medida que nos acercamos al mar, observamos matorrales litorales con enebro, coscoja, lentisco y palmito (la única palmera oriunda de Europa), que rodean una zona de descanso a unos 100 metros de la playa.
Una vez en la playa, el visitante se encuentra con una pequeña ensenada protegida por altas paredes rocosas, con el Alto da Coelha al este. En los acantilados de colores cálidos se pueden ver fósiles marinos, además de las grutas y galerías resultantes de la erosión del agua dulce y salada sobre la roca caliza.
Una vez más apetece caminar sobre la cima de los acantilados, los alrededores de la playa conservan la rica vegetación original y fascinan las formaciones rocosas esculpidas por el tiempo y por los elementos. Una escalera de madera (que forma parte de los servicios de la playa) permite acceder a los acantilados del oeste. No obstante, se recomienda precaución y guardar la distancia de seguridad con el borde de los acantilados.