Las playas y la Ría Formosa, donde aletean los flamencos, forman la frontera con el mar.
En los campos llanos, la silueta del caserío de Faro, el verde de las huertas cultivadas en los fértiles terrenos, y los armazones de las norias que extraían el agua fresca y saludable, herencia de los moros. Colinas suaves en forma de anfiteatro, donde crecen los árboles frutales, enmarcan el paisaje. Aldeas, donde la vida tiene el ritmo tranquilo de siglos atrás, muestran tesoros artísticos y testimonian la magnificencia de los nobles romanos. Éstos son los encantos de Faro y de su municipio, punto de partida de fabulosos viajes de descubrimientos.